
He de confesar que hay algo, una cosa, que es lo que más miedo me da, con mucha diferencia, de este primer mes de confinamiento: bajar al mercado con ropa de deporte. Salgo dos días por semana. Y a veces coincide que a primera hora de la mañana he hecho una tabla de ejercicios. Cuando esto sucede, tomo la decisión de bajar a hacer la compra y ducharme a la vuelta para quitarme el sudor y los virus de una. Pero todas las veces que he llegado a la puerta con el pantalón corto, al final he acabado cambiando de opinión.
No me atrevo a bajar al mercado como si viniera de correr. Y me da pánico precisamente por eso, porque parece que vengo de correr. Y la gente no está para bromas. Primero dispara y luego pregunta. Primero te lanza la mirada asesina, cuando no un improperio, y luego, quizá, se pregunte si ese hombre con pinta de haber hecho deporte igual resulta que solo se ha machacado a burpees y sentadillas en el salón de su casa, robándole la esterilla de yoga a su mujer y bajando la persiana por la mitad para que el vecino de enfrente, ese que parece no salir de ahí -desayuna ahí, junto a su balcón, toma el sol ahí, pasa la tarde ahí y aplaude ahí- no me vea hacer cabriolas con la torpeza de un cincuentón, que uno es muy pudoroso. Al menos para algunas cosas.
El siguiente problema es decidir qué me pongo para bajar a comprar. Descartado el ‘outfit’ de corredor, qué puedo hacer si tenemos en cuenta que acabo de meterme 30 o 40 minutos de ejercicio de alta intensidad. No, ya sé lo que estás pensando, pero no. Ni de coña. No pienso ponerme un chándal. Es más, no tengo chándal.
Cuando hacemos una videoconferencia se ven vuestras casas y cómo vais vestidos. Y se adivina si vais en pijama o chandal. Hay que arreglarse un mínimo, que parecéis Luis Aragonés.
De verdad, no salgáis a la calle en chándal si ya tenéis una edad. Y tener una edad no es ser un sexagenario, es tener más de 30 años. No, tíos, cuidad un poco vuestra imagen. Y aprovecho esta petición para recordar que cuando hacéis, hacemos, una videoconferencia, se ven vuestras casas. Y se ve cómo vais vestidos. Y adivinamos que vais en pijama. O en chándal. O todo el día con las pantuflas. Y no, eso no se puede consentir. Un poco de decencia, por favor.
Hay que vestirse como si fuéramos a salir a la calle. O, al menos, arreglarse un mínimo. Que parecéis Luis Aragonés, de verdad.
Porque como dice el tópico -ya dije que titularía cada columna con un tópico de esta cuarentena- adoptado de la canción de Joaquín Sabina, ¿quién me ha robado el mes de abril? Nos está pasando la primavera por las narices sin poderla disfrutar. Así que yo me resigno a que me roben el mes de abril, pero no a que me quiten la dignidad. Así que yo no pienso ir por ahí en chándal, que solo me falta la mariconera y el tupé enlacado para parecer futbolista. Y por ahí sí que no paso.
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